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28 ene 2014

La soledad de la ira

El sol cae en una verde tierra llamada Immert. El frío de la noche se hace un hueco por donde pasa. Es la estación fría... frío y lluvia es lo que da esta tierra. Ese es el secreto de su verde color ahora gris a la luz de una luna que pronto será nueva y no iluminará nada.


Unos ojos brillan de ira en mitad de ninguna parte. Allí donde los ladrones y forajidos se ocultarían para asaltar... allí está él en su lugar. Ninguna alimaña tiene valor para estar cerca, ni siquiera las más rastreras o perversas. La ira se respira en el ambiente; puede palparse. Es un silencio incómodo, es el escalofrío que te sacude la espalda advirtiéndote que no vayas por ese camino. Su pecho se mueve arriba y abajo, respira. Trata de controlarse. Trata inútilmente de zafarse de tanta oscuridad en su cabeza. Demasiado... demasiado odio, demasiado rencor acumulado. El dolor de una vida en carne propia. Una eternidad de muertes en la misma alma... y todo eso.. a la vez.

Respira profundamente una vez más... contiene el aire como si le fuese a faltar. Maldiciones a la propia existencia, a aquellos que se hacen llamar dioses. A aquellos que gozan de la libertad y la desaprovechan en matarse unos a otros, en ser una epidemia en vez de hombres libres. Libertad... ¿por qué aquellos que la tienen no la valoran? ¿Por qué solo quien la desea no la tendrá jamás?

Una bestia imbuida en dos colores le acompaña, resuenan ambos en los mismos sentimientos; porque son hermanos. Esta bestia, su guardián, gruñe y ruge con fiereza. Rompe el silencio de esta noche, ahuyenta cualquier posibilidad de ser encontrados por algún infeliz.

Pronto... ambos se quedarán dormidos. Y quizá la luna les arrope hasta mañana.

(Circo de mariposas VII)




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