Señales de dioses que no están ahí. Ellos no mueven los hilos, no. Ellos... tan solo observan, colocan sus piezas en el tablero de ajedrez. Apuestan entre ellos y juegan a que son superiores; pero no, aburridos en su inmortalidad, envidiosos de la humanidad... viven para siempre. Anhelan la libre elección.
Sólo a mi me atan los hilos. Me atan a un alma que no es mía, que seguirá los caminos aun cuando yo ya solo sea un fugaz recuerdo y el polvo de mis cenizas se haya esparcido con un fuerte viento de levante por toda la tierra. Sigo las señales del universo, porque es él... en su quietud quien me habla. Quizá soy su marioneta, pero soy yo quien decide si mantenerlo o destruirlo. ¿Quién maneja entonces a quién? Mi sino no fue elegido por propia voluntad. Maldigo y maldeciré a los dioses por darme este papel en su juego. Odio ser una herramienta en vez de una persona.
Hijo mío, quizá así llegues a entender las razones de mi existencia, de por qué me rebelo a ser una marioneta. Y no dejaré que nadie trate de estar por encima de nadie.
(El legado del Guerrero XLII)
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