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19 ago 2013

Ojos salvajes

Mi pequeño niño, sobrino mío por derecho y no por sangre. Conozco el silencio de tu padre desde que lo conocí; pero conocí la leyenda de su ser mucho antes de ser capaz de portar yo mismo una espada, cuando tan solo araba la tierra y cuidaba mis vacas de sol a sol.

Tu padre tuvo la desdicha de nacer en una tierra salvaje, en las montañas del norte, atestada de leyendas sobre monstruos y supersticiones. Donde su propio poder era tan temido porque apenas unos pocos saben leer allí o conocen la figura del cazador de demonios. Bárbaros y salvajes... He compartido con él batallas y grandes guerras. Le he visto sentir muchas veces y le he visto atravesar las realidades para cumplir su cometido de guardián de ellas. Y cuanto más salvaje volvía, cuanto más feroz y menos humano era, más calmado y feliz era.

Esta vez, nos ha llevado con él, lejos de sangrientas peleas... nos ha hecho cruzar al otro lado con él como simple compañía. Jamás un humano estuvo tanto tiempo allí, pero protegidos por el cazador no teníamos nada que temer. La paz que él encuentra allí es extraña, es la paz sincera. La verdad es sencilla: cualquier criatura quiere devorarte o quiere refugiarse contigo; no hay mentiras como en el mundo humano. Sé que pierde la noción del tiempo, habla menos de lo habitual y se vuelve visceral e instintivo. Es lo que debe hacer para sobrevivir. Perder parte de su humanidad, para salvarnos a todos.

Y sin embargo regresamos sanos y salvos, aunque sus ojos dicen sin palabras que quiere volver allí, su mirada no engaña. En el mundo humano solo hay melancolía para él. Recuerdos de pérdidas, dolores que no terminan de sanar porque para él las cicatrices mentales son eternas.

Dice no tener corazón... casi acabaré por creérmelo, está tan muerto por dentro... Si Julius o yo supiésemos cómo acabar con su tormento probablemente no dudaríamos en hacerlo muy a nuestro pesar. No gozará de una muerte digna a manos de un oponente digno; sucumbirá a la soledad mientras sus manos no sabrán reconocer la empuñadura de su propia espada.

Malditos dioses... dadle una señal o acabad con él. Liberad su alma de su cuerpo, para que deje de sobrevivir eternamente.

Marcus, de la verde Tierra de Immert
(El legado del guerrero XXXIX)



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