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16 jul 2013

La paz del infierno

De pequeño, cuando aun no comprendía el poder que tengo, tuve un pájaro como mascota. Le pusimos el nombre de aquel niño que perseguía a su sombra y nunca envejecía. Dormía junto a mi cama, y aun con el sol bien alto, solo piaba si me movía... o cuando me veía llegar desde la ventana. Cantaba solo para mi, para llamar mi atención. Recuerdo que ese pequeño animal me tenía aprecio, quizá no podíamos hablar, pero nuestros salvajes corazones se entendían. Su pico rojo, su cuerpo azulado y grisáceo... son recuerdos bonitos; porque a pesar de mi maldición, por aquel entonces me sentía en paz.

Esa misma paz es la que siento al visitar el infierno. Como parte de mi función de cazador, debo vigilar las grietas entre los círculos. Y así regreso, porque me dura unos días... regreso más salvaje que nunca; porque es mi naturaleza, aquella que respetan las bestias del averno. No es felicidad, sino paz...

Quizá el silencio de mi alma se acrecenta cada vez más; porque el mundo mortal parece en paz incluso consigo mismo. Los círculos parecen estables, y yo...

...yo parezco un simple recuerdo del mundo antiguo.

En cierto modo, siento tristeza por aquellos que desean tenerme cerca y yo rehuyo de ellos. Muy pocos entienden que mi alma no me pertenece, y que debo seguirla allá donde me lleve. ¿Cómo explicar algo que ni yo mismo entiendo? Solo aquellos que observan la calma de mi mirada llegan lo suficientemente cerca para, al menos, respetar mi soledad.

Como humano tengo anhelos, como cazador tengo rabia. Quizá el día de mi muerte encontraré el equilibrio entre ambos y podré descansar en paz; como un recuerdo en el alma del siguiente cazador de demonios.

(La senda del Guerrero XXXVII)




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