Una tempestad de guerreros de un reino sin rey ataca a los que cruzaron el mar para encontrar al cazador. Desmoralizados y apenas sin armas son fáciles de rodear. Aun así será una larga batalla. No tienen líderes que les guíen. Ellos venían en paz y han sido atacados sin motivo alguno. Luchan fieros como ellos saben, pero no es suficiente ante la desigualdad de fuerzas. No se rendirán, ellos no. Guardan en su mente que la única esperanza vive unos kilómetros más allá. Despertará y vencerá.
Los soldados de Silh se sintieron amenazados. Acostumbraban a gandulear y a coger cuanto querían. La noticia de un cazador en sus tierras, la visita de un ejército... si no actuaban su autoridad quedaría en entredicho. La inseguridad les dió fuerzas y motivos para iniciar una guerra.
Les rodean fácilmente. Los estandartes de Immert y Sefar, entre otros, se defienden a la desesperada. Apenas pueden contenerles. Esta pelea es eterna. Los forasteros están a punto de rendirse, pierden fuerzas. Sus propias vidas comienzan a perder sentido ante esta masacre.
Una señal en la lejanía. De pronto el ánimo surge ante la silueta de un salvador. Bajan los estandartes, vuelven a ser el ejército sin bandera. Rugen como guerreros furiosos con esa idea. Ella tiene la misma mirada que su hermano. Furia en estado puro. Despedaza cuerpos de la misma forma. Pero no es él; no lo es. ¡La hermana del cazador! gritan al unísono; recomponen filas y se disponen a atacar; se acabó defenderse. Corren con ella a la cabeza, como lo harían detrás de su hermano.
El contraataque se frena de súbito. Silh trae desde la retaguardia a un joven encadenado y atado sobre un carro en alto. Le han dado una paliza; pero su rostro es inconfundible. Su comandante les desafía:
"¿Éste es el cazador de demonios? ¿Por este ridículo patán habéis cruzado el mar? Nosotros le hemos capturado sin problemas. ¿Qué fuerzas tienen las tierras interiores para honrar tanto a un enclenque como éste?"
Los ojos de ella se mantienen igualmente crueles, ese no es el cazador. Pero no puede dejar morir a nadie por su culpa. El resto del ejército sin bandera le sigue; su conciencia no les deja, sea o no el cazador. Es evidente que no lo es.
Él descansa en paz. Al fin lo entienden.
(13º Cuento del renacer, la emboscada)
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