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6 nov 2011

Despertar



Huele a muerte

La mirada de un general que avanza con su ejército es implacable. Ha vuelto a dejar a su familia, en la verde tierra llamada Immert; para defender a un amigo. Las tropas de Silh avanzan hacia el puerto del rey para capturar y escarmentar al que se hace llamar el cazador. Algunos ya habían cruzado el mar, desconoce que han sido vencidos porque no esperaban luchar. El resto del inmenso ejército sin bandera ya va rumbo a la capital de Silh por el mismo camino del puerto. En la primera casa aminoran el paso para ver que aunque heridos siguen vivos. La hija menor, Io, queda desconcertada. No reconoce las miradas de los que encabezan ese ejército. Marcus no es el amable señor que le contaba historias antes de dormir. Justo a su lado, la crueldad de la mirada del rey Julius es capaz de atravesar la piedra. No es el mismo que le compraba dulces en el mercado. Unos metros más atrás, Achlys no sonríe tan bravucón. No son los mismos que se hospedaron una vez en esa misma casa.

Huele aún más a muerte.

La marcha continúa. Saben que ha pasado algo. El cielo estaba tormentoso por momentos; y de pronto todo se calmó. Oyeron un último aliento por toda la tierra que pisan los hombres. Apretaron el paso. Irían a defenderle aun a riesgo de sus vidas. Fue fácil llegar a la arena de Silh, fue fácil entrar, apenas encontraron resistencia... la mayoría huía. Muy pocos luchaban, casi todos estaban muertos. Devorados por el demonio más feroz que habían visto nunca. Incluso para ellos, que habían luchado ante la grieta. Ni siquiera el dragón de hielo que rompió la espada de Marcus era tan cruel. De un solo golpe es capaz de vencer a tres o cuatro soldados sin problemas. La única que no cae es aquella que defiende el cadáver de su hermano atado a un poste. Arañazos de zarpa, golpes... nada es capaz de derribarla. Esta vez ella le protegerá.

Un cadáver atado a un poste. La muerte se torna en oscuridad. Será peor que la sed de sangre del cazador. Cargan contra el monstruo y no obtienen más que la derrota. Demasiado fuerte. Ya le perdieron una vez. Lucharán hasta que no quede ninguno en pie. Marcus y Julius se unen a la gesta de la muchacha. Rugen sus ojos sedientos de rabia por perderle una vez más. No hay lugar para sentirse derrotados. El rey guerrero es herido, al igual que el general de Immert. Nada cambia, seguirán luchando. Ella cae, ha aguantado demasiado los golpes del demonio.

El tiempo se paraliza al sonar trompetas de guerra a su alrededor. El ejército de Silh pretende matarles a todos. En alto desde las gradas del coliseo, tienen ventaja para luchar. Será una carnicería. Los arqueros apuntan y disparan. El tiempo se ralentiza una vez más. Suena un quejido por todo el universo, vago, débil; apenas un lamento. Un eco que retumba en la eternidad durante un instante. Las flechas explotan en el aire, quedan hechas trizas, esparcidas por todas partes. Un nuevo eco, otro lamento que recorre el universo. Todos miran al poste donde intuyen que surge todo ese poder. El cielo se despeja en un instante, brotan flores a los pies del cuerpo inerte. Cruje la realidad, las ataduras se rompen, él ruge como si despertara de una pesadilla. El palo a su espalda desaparece en virutas al dar el primer paso.

Ahora olerá a muerte de verdad.

Mira la bestia que pretendía devorarle y con una mirada se calma cual mascota. Una mirada digna de un dios enfurecido recae sobre los soldados de Silh, sin honor ni gloria. Cobardes que pretendían vencer a toda costa. Sus armas caen al suelo y ellos salen huyendo. La mirada sigue cruel, tal y como la recordaban. Sin palabras, ante el cazador sus dos mejores amigos, heridos y desmejorados. Tras ellos, él se arrodilla para atender a su hermana. Entonces cambia su mirada. La primera vez que él mira a alguien de forma humana, con afecto. Ella abre los ojos y acaricia el rostro de su hermano.

Ahora que está con ella, con su hermana. Ahora si está en paz.

(14º Cuento del renacer. El final)



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