Un joven ensimismado en confusos pensamientos camina hacia el puerto del rey; nombre que según la tradición, se le da al puerto en el que desembarcan los reyes hacia el reino de Silh. No entiende por qué un gesto sencillo como el darle cobijo cobra relevancia ante unos invitados. Una idea pasa rápida por su cabeza "el peso de una espada" ¿cuánto será?. Rápidamente desecha esa loca idea. Siente una vez más el escalofrío de sentirse presa de quién le persigue sin descanso.
El miedo y el instinto de supervivencia le hacen apretar el paso. Cumple un recado. Debe conducir y guiar por los caminos hasta la casa donde a él acogen. Llega al puerto; esperaban a alguien, pero no sabían a quién. Los ojos de aquellos que portan los enseres requeridos observan estupefactos como una débil voz, triste y temblorosa les dice que le sigan. Soldados del reino de Sefar contienen el aliento ante tal broma. Sienten ellos otro escalofrío de auténtico pavor. Le seguirán desconcertados.
Llegan rápido a la casa que aloja al rey de Sefar. Traen presentes y riqueza para comprar un reino y dar de comer a sus habitantes. Una muestra, un "simple" reconocimiento de un labrador y mercader por su gran corazón. Por lo que para él es normal: acoger en bajo su techo al necesitado; para los reyes de más allá del mar merece este homenaje. Ante él se arrodillan para ofrecerle un cofre como señal del comienzo de su riqueza; dos grandes reyes y un general, representando a su señor.
Nadie de la familia lo entiende; ¿tanto honor por recoger a un simple muchacho? Los pensamientos de ellos se debaten entre hacer recordar quién es él realmente o no. Pueden despertar su lado salvaje. Podrían atarle a una pared y enfrentarle a unos lobos salvajes. Podrían mostrarle una espada forjada con magia de sol. Incluso podrían hacer llamar a su verdadera familia.
¿Alguien es lo suficientemente cruel para arrebatarle la paz que tanto añoraba el cazador? ¿quién tiene el valor de despertar al monstruo que lleva dentro?
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