Un pequeño grupo camina despacio por un camino, sobre el reino de Silh, la tierra sin rey. Se paran en la puerta de una casa, observan al viejo hombre que les saluda en el umbral de su puerta. Un plan en la cabeza, un acercamiento es lo que buscan.
"Buenos días, parece una mañana digna de un rey, ¿verdad?" - dice el que dirige la marcha con una agradable sonrisa - "¿Podríais alojarnos a mi gente y a mi esta noche? Necesitamos descansar"
"Mi señor, encontrareis una posada más adelante, antes del mercado" - responde con incertidumbre.
"Sin embargo... estoy seguro que en la posada no encontraremos la calma que buscamos ni oleremos un estofado mejor que ese que estará haciendo vuestra esposa." - replica el desconocido - "No daremos alboroto y pagaremos bien. ¿Hay trato?"
Accedió, le daban buena espina.
Ahora es de noche, comen plácidamente. Disfrutan de la comida cuando entran en la casa las dos hijas de la familia con el huésped habitual y su silencio. Rito se presenta cortésmente. La menor, Io, disfruta de las atenciones por ser la pequeña. Sus ojos muestran entusiasmo por la visita, las espadas y armas fueron dejadas a un lado, ella fantasea. De pronto, alguien hace una pregunta a su anfitrión: "¿Quién es él?" - señalando al silencioso amigo que agacha la cabeza con miedo y humildad. Levantó una mano al hacerlo. Un anillo enorme en su mano con el emblema de Sefar es ve claramente.
"Es un invitado como vosotros, no recuerda nada. Ni siquiera su nombre. Mi hija mayor le encontró deambulando. Y nosotros le acogimos. No podíamos dejarle desamparado" - responde el hombre.
"Buen corazón tenéis señor" - le responde muy complacido.
"Doy las gracias por vuestras palabras, pero no merezco ser tratado como señor" - una extraña réplica, humildad en estado puro. Casi vergüenza.
"El tamaño de vuestro corazón os hace merecedor de este título y de muchos más, mi señor" - las palabras suenan casi enternecedoras, sinceras.
"Es fácil decirlo con la bolsa llena de monedas, pero eso lo deciden otros que viven lejos de aquí, en grandes palacios"
"Campesino, él es el rey guerrero Julius, soberano de Sefar, reino de la Guerra" - dice uno de los comensales mientras mira al huésped cabizbajo mientras cena - "Aquel que te habló es Marcus, general de la tierra de Inmert..."
"Achlys, el rey nómada de la niebla... el mayor fanfarrón de entre los reinos... eres un bocazas" - le interrumpe Julius con cierto enojo. El nómada es demasiado impetuoso. Le sonríe a pesar de la regañina.
"Tú" - habla al fin el general mirando al joven - "¿Sabes que el cazador de demonios era hijo de un pastor? ¿Conoces su historia? ¿No merecería llamarse señor?" - busca la garla de este muchacho. Él no hace más que acabar el plato sin levantar la mirada.
"El cazador de demonios... ¿dónde estaba él?" - Rito interviene con mucho enojo - "Aquí nos moríamos de hambre, luchábamos por mantener el ganado vivo, apenas llovía para regar los cultivos. ¡Y al aparecer alguno de esos monstruos él no venía a cazarlos! Maldigo el nombre del cazador, sea cual sea."
"Curioso que menciones su nombre, él lo lo negó para siempre" - continua Marcus con calma mientras Julius casi se levanta enfurecido - "Tú desconoces que para él era una maldición. Jovencita, nosotros le conocimos. Empuñar su espada era más doloroso que una muerte. Es algo que no comprenderás jamás, el peso de esa espada"
"¿Cuánto pesa una espada?" - dice el joven para el asombro de todos.
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