Una casa concreta despierta más temprano que las demás, es la primera que encontraríamos en el camino desde el puerto. El primero de todos es un invitado, silencioso y miedoso. Sale por la puerta de atrás. Acaricia las tres vacas que llevará a pastar después del desayuno. Parece que le transmitan paz. Se aleja unos metros hacia el pozo, coge agua para lavarse. La humilde y raída camisa queda a un lado mientras se echa el agua por encima. Muchas marcas en su torso muestran una dura vida que él no recuerda. Una cicatriz en el costado es especialmente grande.
La pequeña Io se acerca silenciosa; fue la segunda en levantarse. observa la cicatriz y se acerca; la toca, intrigada, y la observa. El silencioso la había sentido, pero no esperaba esa pequeña mano. Justo ahora descubre y es consciente de esa cicatriz. La mirada de la pequeña pregunta cómo se la hizo, él no puede responder lo que no sabe. La niña se marcha enfurruñada.
Sin embargo él se pregunta por esa herida. Muy profunda, bien cicatrizada, pero dolorosa. Apenas puede verla, la palpa con la mano derecha hacia su costado. Un eterno instante de imágenes vienen a su cabeza. El dolor de mil batallas, el odio de un millón de miradas, el miedo de una sola familia. La mirada se vuelve vacía. Io no lo ve, pero nota el ambiente cambiar; un instante de oscuridad en pleno amanecer. Cuando se gira no ha pasado nada.
El corazón late fuerte. Muy fuerte. Ha visto y sentido cosas que no entiende. Respira más fuerte aun, sus ojos se salen de sí, incomprendido hasta por sí mismo. Cae de rodillas, exhausto. Entonces la pequeña corre a por él. Corre a socorrerle. Aunque no sepa qué le pasa. El cálido tacto de una hermana pequeña reconforta al joven. Le tranquiliza.
"¡Venga, vosotros dos, dejaos de abrazos y llevad las vacas a la pradera!" - rompe el momento. Rito hace olvidar en seguida lo que acaba de pasar. Ella si lo vio. Ha visto la crueldad de una mirada que da miedo. Una oscuridad que encogería al corazón más valiente.
No es consciente, pero por unos segundos, ha conocido el poder del cazador.
(8º cuento del renacer, la cicatriz)
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