Ella corría... corría sin más. Exhausta, seguía corriendo. Oyó noticias de lobos atacando el ganado. No solo sus vacas le preocupaban ... si no también aquel que las pastoreaba. Aquel callado y débil muchacho era presa fácil. Ella seguiría corriendo hasta llegar a los pastos. Apenas podía respirar. Ni siquiera se paró a pensar que ya era demasiado tarde. El jinete que llegó al galope con la noticia al mercado era demasiado rápido; ella demasiado lenta.
Rito tuvo que parar al fin. Necesitaba respirar o caería al suelo sin conciencia. Entonces miró el camino y sus ojos se abrieron como platos al ver aparecer sus tres vacas con el joven silencioso tras una loma. Caminó, respirando agitadamente hacia él. Su padre no lloraría por el desperdicio de las reses. Su madre podría darles leche caliente por la mañana. Suficiente para no pasar hambre, al menos un tiempo más. Agarró al silencioso por los hombros, le miró a los ojos, indagó si estaba bien, pero era evidente. Los lobos habían tomado otro camino, por eso estaban vivos. Regresaron a casa. Ella no dejaba de hablar casi nunca, él callaba siempre.
Rito no vió qué había tras la loma; desconocía el campo sembrado de cadáveres a su espalda. No apreció la crueldad con la que estaban despedazados; desmembrados y regados por la extensa pradera colina abajo. Menos mal, que no conocería jamás aquella masacre de lobos.
No podría preguntar nunca quién sería capaz de tal atrocidad. Sólo las vacas podrían responder, ni siquiera el silencioso lo sabía. La sombra que permanentemente le sigue, no desaparece nunca.
(Segundo cuento del renacer, la matanza de lobos)
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