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28 ago 2011

Llorarle



Una muchacha joven en la montaña más alta de las tierras del norte. Quizá en otros lugares la consideren salvaje y bárbara; porta armas, un gran escudo de bronce, una espada y una lanza. Observa la extensión que alcanza su vista. Se deshace del yelmo a un lado. Sus ojos muestran una rabia interior digna de temerse. Sepulcral silencio, sola, con la espada comienza a cortar el aire. Mantiene una danza con su arma, se queja el viento al ser despezado por la hoja. Cada golpe se para en seco en el aire para fortalecer los brazos. El ánimo comienza a desatarse. Son cada vez más directos, más fuertes... más letales. Más emocional.

A pesar de la furia, las lágrimas corren por las mejillas de la joven. Tristeza y rabia. Recuerda la pérdida de un hermano, un hermano cuya espada reza como la tumba del cazador. Una y otra vez recuerda las luchas vividas. Algunas al lado de su hermano, otras por el honor de él mismo. Odia profundamente a quienes le obligaron a sacrificarse: los monstruos de la grieta.

El recuerdo es lo que le queda. Para algunos la ira del cazador. Para ella, el amor de un hermano.

(Cuento del renacer: Sobre quién guardaría la rabia del Cazador)



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