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5 abr 2011

Entre muros

La fortaleza de la guerra... en tiempos de paz, en el reino de la guerra, Sefar. Fríos muros de piedra... paredes que conocen siglos de guerra. Grandes reyes de grandes palacios vinieron aquí a negociar, a rendirse...



Hoy recorre sus pasillos el cazador de demonios, inquieto. Nervioso. Ya pasó la fiebre de su hermana, ya pasó la tristeza que le anhelaba. Ahora se siente encerrado, sin lugar donde estar como necesita. Vuelve a estar rodeado de gente que le atosiga. Gente que le teme y que sin usar palabras dicen que se vaya. Solo aquellos que conocen qué atormenta al cazador, solo quienes han compartido la batalla con él saben darle espacio. El resto siguen temiéndole.

Considerado un bárbaro descortés, vacío de modales. Una bestia más. Se siente fuera de lugar entre tanto recato. Le incomodan esas miradas a las que ataño habría dado la razón haciendo uso de la espada. Busca desesperadamente una salida, un lugar al que ir a gritar sin ser perseguido.

Finalmente, una mano en su hombro. Una mano cálida que conduce hasta una sonrisa afectuosa. El rey guerrero ante el cazador, amigos más allá de lo que cualquiera conoce. Le lleva por pasillos que nadie frecuenta... le conduce hasta un lugar lejos del castillo. Un claro donde la talla de un león parece perenne en un árbol. Sólo la energía de ese lugar es capaz de calmar el temple del cazador.

A los pocos minutos queda dormido bajo una manta. El guardián acaba de llegar, siguiendo su rastro. Ambos dormirán plácidamente. Sin hacer ruido, les velará el rey. Mañana será otro día, mañana volverá a la corte.


(34ª crónica del cazademonios, sobre su vida en sociedad)


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