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25 abr 2011

Descubrir

Vuelvo... no a casa, ya no tengo hogar. Regreso a la fortaleza de la guerra... donde más amigos tengo esperándome. Donde sé que me recibirán bien. La noche me alcanza y acampo. Ato al caballo, preparo una manta para dormir luego. Un buen fuego para cocinar y calentarme.
Tras la cena, medito. Mis ojos no se alejan del fuego, quedo ensimismado ante el baile de las llamas. El guardián está recostado a mi lado, aun no ha empezado a roncar. El caballo ya pace tranquilo a escasos metros. Mi mente está vacía, en paz. Lo he pasado realmente bien con Sevein y los suyos; respiro profundamente en paz. Hacía tiempo que no lo hacía, demasiado...

Los ojos del guardián se abren y enseña los dientes mientras un breve gruñido se eleva en su garganta. Una rama ha crujido un poco más allá, mi mirada inmediatamente apuntan allí. Pero sé que no es un demonio, lo que sea, no es un monstruo. De la maleza sale una joven mujer. No siente miedo ante nosotros, se sienta al otro lado del fuego. Le ofrezco comida, sin apenas hablarle. Ella disfruta de hablar, pero no parlotea como el resto, sabe decir las cosas que se deben decir. Esta garla me gusta, no me resulta incómoda.

"Esos ojos" - me dice mirándolos - "¡Qué torturas habrás pasado!" - desconoce quién soy - "Pero has salido airoso siempre... se nota en ellos. ¿Qué secreto guardas para vencer?"
"La forma más rápida de salir del infierno es atravesarlo" - le respondo, por primera vez me apetece hablar sin más. Sin reparo. Le respondo y a través del fuego me fijo en los ojos de ella. Me sonríe, me cautiva esta mirada. Por una vez conecto con un humano, esta viajera no es cualquier humana. Pasamos la noche hablando, hasta el amanecer. Paso mi primera noche en la tierra como un humano más.

Me gusta esta sensación.

(37ª crónica del cazademonios, sobre sí mismo)





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