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14 nov 2013

El peso de una espada

Demasiado silencio... demasiada calma. No es que me queje, es que me resulta llamativo... nada más.

Esta nueva espada, cuya fuerza se alimenta de la mía... Cuyo poder corresponde a mi propia fuerza mental. Cuya voluntad se apodera de la mía y guía mis manos... Esta espada sin poder... y nada más, es lo que provoca mi silencio.

Conversaciones en paz; con viejos lobos bajo una luna creciente. Batallas que no son más que pequeñas escaramuzas. Satisfacen mi necesidad de estar activo, merman mi exceso de energía junto a mi espada. Apenas tengo tiempo para pensar, tiempo para odiar, tiempo para enfadarme... para nada más.

¿Y sabes qué... ¿universo? Si alguien ahí me está observando y se pregunta qué rumor transcurre por mi cabeza... se llama melancolía. Nada más que melancolía.

Cierto es que cuando cierro los ojos antes de dormir mi mente vuelve a revivir aquello que más añoro: Tener a alguien a mi lado. Recuerdo una y mil veces aquel primer beso bajo una ventana en una tierra lejana. Cierro mis ojos y veo aquella mujer que forjaba espadas dignas de dioses. Inspiro aire e ignoro el recuerdo de aquella traición antes de la luna nueva; lo ignoro en virtud de la complicidad y amor... Amores que sentí. Amores que anhelo, pero no deseo repetir. Nada más.

Esta espada pesa más de lo que aparenta, porque trae a mi mente más dolor del que deseo soportar. Incluso más dolor que el recuerdo en la corriente de las lágrimas. Sin embargo, estoy... casi en paz; y nada más.

(Circo de Mariposas II)



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