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19 abr 2012

Cambios

Antaño, hijo mío, conocí el miedo en los ojos ajenos. Muy a pesar de ser su campeón, tenían miedo de mi fuerza a la hora de luchar. Mi padre quería enseñarme el oficio de pastor como el suyo antes que él... ¿pero quién compraría leche o carne de oveja al que más tienen miedo?



Ya no soy un guerrero, ya no tengo la fuerza que debería tener. Aunque lo único que sepa hacer es blandir la espada. Mi nombre será olvidado, cuando los hijos de tus hijos hayan muerto. El pueblo olvida fácilmente a los que pelean por ellos. Heme aquí, con el puño ensangrentado por un simple puñetazo de rabia. Calma el dolor que surge desde mi pecho y me mata lentamente. El árbol sigue intacto, perenne al tiempo. Él también me olvidará.

La lección de hoy, hijo mío, es mi condena. Condenado a no conocer la derrota ante la espada, condenado a morir desgastado por el vacío del tiempo y un dolor en el pecho que no cesa nunca. Condenado ante la impotencia de no volver a ser el guerrero que decían que soy.

Al fin conocí la sensación de las lágrimas corriendo por mi mejilla, al fin he aprendido a llorar. Al fin me doy cuenta... que a pesar de lo que no soy, tampoco lo volveré a ser...

Al fin... ojalá llegue el fin pronto.
(El legado del guerrero VIII)








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