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10 ene 2011

Despertar un día



Una mañana cualquiera lejos de las batallas de la grieta. El reflejo del sol comienza a despertar a quienes durmieron sin refugio. Muchos son recios y fuertes, el frío no les impide dormir plácidamente. Una joven muchacha va despertando como los demás... el vacío a su lado le hace despertar más deprisa. Sólo un enorme escudo de bronce para apoyarla y que se despertase ocupa el lugar de un apuesto joven por el que ella siente mucho más que amor. Le busca en las inmediaciones, nadie le ha visto. ¿Habrá huido? Ese es su peor temor.

Finalmente alguien se percata y observa en voz alta el radiante sol del que disfrutan. Otros días llovizneaba, estaba nublado. Solo el ánimo de alguien a quien están buscando es capaz de modificar el cielo a su antojo. La comandante de la falange de soldados que protege esta aldea corre de aquí para allá en busca de su hermano: la persona que más admira y quiere en el mundo. A pesar de su juventud y pequeño tamaño el enorme escudo de bronce no es peso para ella, lo porta como si de aire se tratase.

Un claro, más allá del pueblo. Vestigios del oasis que dieron origen a la aldea. Aquel que es buscado está allí. Enarbola aquella espada de dos colores que le identifica por donde va. Corta el aire sin cesar como si de una danza se tratase. Quizá su herida aun no está curada. Pero blandir esa espada supone que el dolor ha cesado lo suficiente. El aire, la tierra, el agua, el fuego... todo puede ser cortado a la voluntad de ese filo blanco y negro. Ya se explica completamente el buen estado del tiempo. El cazador de demonios comienza a recuperarse de verdad.

Su hermana le observa, apoyada sobre su escudo se deja caer ensimismada viendo el objeto de su admiración e inspiración. Finalmente todos los guerreros de la falange llegan junto a ella. Forman en silencio; cuando están satisfechos golpean sus dorados escudos como salva de vítores en su honor. Cien escudos no pueden ser ignorados y le hacen esbozar una sonrisa de aprobación. La joven corre a abrazar a su hermano. El ruido de golpes se incrementa. Todos expresan su alegría.

El rugido más atronador que exista les hace callar de golpe. El guardián se une al ánimo que todos comparten. Ha llegado hasta el cazador por su cuenta y ruge una vez más como bienvenida. Corre al trote mientras, brama lleno de entusiasmo. La fiera de aquel rugido no tiene nada que ver con la ternura de los lametones que propicia al cazador y a su hermana este panda.

La familia reunida, el poder casi restablecido... pronto podrá volver a luchar.

(Vigésimo octava crónica del cazademonios, sobre el esbozo de su sonrisa)




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