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28 dic 2010

Recobrar la esperanza

Devastación de los gigantes de lava; seres del averno, más altos que cuatro hombres. Más fuertes que diez. El ejército sin bandera corre peligro ante este feroz enemigo de piedra candente. Apenas pueden derribar a uno de ellos cuando dos más vienen en su ayuda. El cazador no lucha con ellos; la única salvación se debate entre la vida y la muerte por una herida maldita que no cicatriza nunca.



Marcus, general de la tierra de Immert, mira desesperado al rey guerrero Julius, de Sefar. Ambos conocen su destino. Como buenos amigos y guerreros no desfallecerán hasta que la muerte acabe con ellos, espalda contra espalda. Los crueles ojos del rey rememoran sus tiempos de mercenario para asestar un golpe letal a un monstruo de piedra. Difícil repetir una técnica cuando te asedian constantemente más enemigos. El general reza por su mujer y su hijo. Desea volver a verlos una vez más.

Esta vez el infierno ha mandado algo realmente temible e imparable. Trágicos pensamientos en mente de los hombres que luchan contra piedras enfurecidas.

Cambia el viento y cambia la suerte. Una sombra tapa el sol un instante. ¿Un dragón? No es posible. Y no, no lo es. Cae junto a una loma desde el cielo un navío. Cae lejos del mar, pero aquí en tierra su piloto es también diestro. Silbatos y órdenes precisas. Piezas de un rompecabezas para que funcione lo que ahora vendrá. Se hinchan las velas con el viento a favor hacia sus enemigos. Coge velocidad y con maestría esquiva a los pocos soldados que tiene en su camino. ¿Un barco puede hacer eso?

Solo uno, el Fantasma. Sobre el castillo de popa un mago canta plegarias para llamar al viento. Sobre la quilla, encaramado el vigía. Al timón su capitán; el único capaz de llevar un barco a tierra. Todo el velamen está desplegado. Es impresionante. El primer demonio es destrozado por la fuerza y la velocidad. Mil pedazos de roca. Los marineros sobre cubierta lanzan cabos para atar y arrastrar a los que se escapan... les derriban y usan entre si para demolerlos. Los soldados recobran la esperanza y colaboran con más ahínco. El general da orden de tocar trompetas y cargar junto al navío.

Casi todos los monstruos han sido derrotados. La desventaja numérica ahora es insignificante para los hombres. Ahora pueden hacerse cargo entre varios de un gigante. El barco está varado. El mago no puede invocar más viento, está exhausto. Un último enemigo se lanza hacia ellos, indefenso y estibado en tierra. El capitán saca de sus enseres una vara tallada con runas y formas antiguas; y apuntando hacia lo que les viene encima invoca el fuego del dragón.

Nada puede sobrevivir a esto. Una vez más la esperanza mora en el alma de los hombres. Podrán ver el amanecer de otro nuevo día





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