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31 jul 2010

Ir a la grieta

Jamás he visto tristeza más grande que ésta. Ya no es la pérdida. Es la sensación de impotencia. De no poder controlar. El cazador está llorando de verdad. Siente realmente la muerte de aquellos que pelearon durante su descontrol. Para él, es imperdonable. Para los demás... simplemente entienden la razón de su malestar.

Él ha tomado una decisión. Debe controlar aquello que lleva dentro. Va a adentrarse en la grieta, solo le acompañará su fiel guardián. Es una locura, con suerte regresará. Se ha propuesto entrenar al menos dos largas semanas. Estará lejos, sabe cuidarse solo. Nosotros podremos contener lo que salga, estamos bien curtidos en esta guerra.

Camina despacio, posa su mano sobre la cabeza del panda, le agradece entre lágrimas el esfuerzo de acompañarle hasta allí. También llora por la impotencia de no poder volver a ver a su amada, la fuente de su rabia, su desesperación, su miedo. Es ella la que decidió no volver, ella, sin argumentar más allá que la mejor espada forjada nunca. Quizá tuvo miedo del cazador, quizá le ama, pero no es capaz de reconocerlo.

Las siluetas de ambos desaparecen entre la bruma sulfúrea que sale de la grieta. Él tardará en volver. Un segundo antes le han bendecido dos guardianas del rey, una leona y un destello; aquellas que más necesita el guardián.

(Doceava crónica del cazademonios, sobre su pena)

(Dedicado a muchas personas, que olvidan que no soy insensible, que me creen invulnerable)

http://sendaguerrero.blogspot.com/

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